El caballero de Leztel
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El caballero de Leztel
Nombre completo: Leztel.
Edad: Cien siglos.
Raza: Vampiro.
Facción: Neutral.
Residencia: Belos.
Ocupación: Viajero.
Descripción psicológica: Es una persona que no quiere mancharse las manos, no le interesa la politica ni las guerras, sólo se preocupa por su propia supervivencia. Aunque esto pueda hacer pensar que es una persona desagradable, no es del todo cierto, pues es alguien sin malas intenciones, su único interés es seguir adelante, dejando el pasado de lado para convertirse en alguen nuevo. Por mucho que le cueste y por mucho a lo que tenga que renunciar. En el amor es alguien tranquilo y algo frío, no hará nada si la otra persona no lo ha hecho antes y aun con algunas reservas, sin embargo si ve a la persona en peligro no le importará lo que hacer para protegerla.
- Historia:
- Saludos, Su Majestad:
Pudiera ser egocéntrico al pensar que reconocerá mi letra, a pesar de los años, y que no hace falta que recuerde mi nombre, pues su Majestad sabrá reconocer la letra de su hijo. Al que Rey y Reina desterraron años atrás. Por ello no lo haré, mi nombre ha cambiado con el paso de los años, ahora Leztel, pues el Caballero de Leztel ya no tiene sentido, puesto que caballero no podré ser jamás y Leztel ya no brilla como antes, pero sigo perteneciendo a él, como vosotros.
Deseo que estas hojas no sean alarmantes ni ofensivas, ya que su único fin es dar información sobre mí y mi hermana, a pesar de que soy consciente de que la futura reina que un día pensasteis asesinar es de mayor interés, hablaré también de mí, porque un día yo puede haber sido rey y porque esta es mi carta, no de ella. Pido también que me disculpéis estas líneas, si así lo veis necesario.
¿Por dónde debería empezar? Es demasiado tiempo y no tengo las suficientes hojas para describir lo sucedido desde mi destierro, incluso ahorrando todos mis pensamientos y reflexiones de todo lo sucedido en los últimos cien siglos, no sería suficiente. Y temo que una cantidad excesiva de texto le haga dejar una carta tan importante como la que escribo compartiendo las llamas junto a peticiones y deseos de vuestro pueblo imposibles de cumplir.
He meditado mucho sobre cuál es la información que debería darles a sus Majestades y he llegado a la conclusión de que lo más adecuado es empezar desde la noche de mi muerte. La muerte que mi hermana creyó darme y la que lloró segundos después.
Yo sabía que mi presencia no sería bien recibida, pues mi familia no quería ver a su príncipe exiliado en un encuentro que podría marcar una unión política entre vuestros más potentes enemigos.
Sin embargo deben saber que desde mis cinco años no puede ver a mi hermana, y los diez años que pasé lejos de su voz, fue la llama que reanimo las brasas de mi perturbado amor, al enterarme de su presencia en esa fiesta que marcaría un nuevo rumbo para vuestro país.
Conseguí colarme entre la multitud y la puede observar, mientras mi cuerpo dejaba de ser mío queriendo acercarse más y más a ella, aunque yo tratase de impedirlo. Cuando al fin la tuve enfrente de mí, sonreí, puedo decir que esa fue la primera vez en mi viaje que puedo sonreír sin arrepentimiento o maldad. Sin embargo sus ojos eran diferentes a los míos, pues en ellos puede ver la tristeza y el odio reflejados como enfermedad incurable.
Entonces sentí mi cuerpo atravesada por la espada de plata que ella tenía en su posesión y para su defensa.
Mi historia ha sido retorcida por sus majestades, mis padres, desde mi nacimiento, pero esa vez yo soy quien se disculpa, pues manipule la historia sin desearlo, haciendo a todos los presentes creer que veían mi muerte, cuando era mi hermana quien se separaba más de su vida por su propio odio. N o obstante no fue mi sangre la que se derramó ese día, sino la de mi hermana, pienso que no fue instruida en armas y el odio incontrolable que sintió hacia mi hicieron acertar su golpe, con una precio mayor de lo esperado, pues ambos fuimos atravesados por la plata. Pero solo gotas de su sangre cayeron.
Yo quería respuestas, como sus majestades, al leer mi letra, pero antes le di las mías a mi hermana en sus últimos momentos, pues era justo y necesario hablar con la verdad en contraparte a mis progenitores.
Le dije desde su plan de asesinato, hasta el motivo de mi huida y ella me oyó hasta que dejó de respirar. Lo único que puede hacer fue limpiar su sangre con mis ropajes y huir antes de que se dieran cuenta del error, pues si no soportaba ser príncipe exiliado, mucho menos sería príncipe condenado.
Desde mi segunda huida, Leztel dejó de existir, no sé cuándo ni cómo, pero lo pasado, ya no será un impedimento para avanzar en mi futuro y me gustaría saber que comparto el pensamiento con mis padres.
Una extraña condición me ha permitido evitar el envejecimiento de mi carne, he podido llegar a ciudad tras ciudad, civilización, tras civilización, sin unirme nunca ha ninguna clase social, pues la posición que más me favorece en la política del nuevo mundo, es la de neutral. En estos momentos me encuentro en una ciudad de nombre Belos, aunque planeo marchar hacia Marvos de forma breve y no definitiva.
Mi forma de pensar ha evolucionado con el paso de los años, no guardo sentimientos hacia mi pasado, padre y madre incluidos, no os odio ni os quiero y espero que se trate de un sentimiento mutuo. Mi hermana ha sido lo que más dolor me ha causado olvidar y a día de hoy, no puedo evitar despertar pensando en ella, en su muerte y en la mía. Tanto así que pido que esta carta sea entregada a ella después de su lectura, aunque en su tumba sea dicha, pues como caballero juré cuidarla y la muerte no me distanciará de mi cometido, pues esa es la verdadera honra de un caballero y el valor de su cuerpo y alma. Sé que esta carta nunca les llegará a los reyes de Leztel, pues comparten cementerio con mi hermana desde muchos años, pero es necesario para mi escribir estas líneas, ya que con ellas podré decir la verdad que nunca les fue dicha y alejarme de lo que me ató definitivamente. Mi único motivo es empezar un nuevo mañana, lejos de lo que me hizo sufrir y de todo lo que me pudo hacer feliz. Juro que esta cara será el último nombramiento a mi pasado, pues no merece la pena ser recordado.
Saludos, Su Difunta Majestad.
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